Un viaje inesperado | Historias de ultratumba

 


UN VIAJE INESPERADO | YO FISCAL GUATEMALA


Hace mucho tiempo Adolfo tenía 11 años de edad y con su padre poseían una extensión de tierra en la cual sembraban una diversidad de hortalizas, así como granos básicos, maíz, frijol, maicillo, etc., entre los dos se daban a la tarea de cuidar dichas siembras, y cada cierto tiempo en época de cosecha había que ir a cuidar las mismas teniéndose que quedar a dormir en lugar en un ranchito de zacate (paja) que ellos mismos armaban, para así estar alertas de los animales que pudieran comerse la misma o bien personas que gozan de apoderarse de lo ajeno pudiesen llevarse lo que tanto les había costado.


Un día de tantos se llegó la hora de que la cosecha empezaba a madurar y Gregorio por ser el padre de Adolfo debía ir a quedarse en el lugar ya mencionado para fungir con su responsabilidad de cuidar lo suyo de cualquier persona y entonces éste dijo.


- Gregorio: Hoy tengo que ir a la parcela a cuidar las siembras porque he visto que unas vacas que se escapan del corral del vecino se entran a mi terreno a comerse mis granos.


Su hijo le preguntó:

- Adolfo: ¿Papá puedo irme con usted y así le hago companía?


Dijo su hijo con toda la intención del mundo y su padre le contestó:


- Gregorio: No hijo, no quiero que te desveles, aún sos muy pequeño para maltratar tu sueño, mejor el día de mañana me llevás el desayuno que tu mamá me va a preparar, si querés podés irte a las 6 de la mañana para que el sol ya esté saliendo un poco y no te vayas muy a oscuras.


Su hijo respondió: 


- Adolfo: Está bien papá, así será.


Gregorio sabía que, si su hijo se iba con él a cuidar sus siembras, sería testigo de muchas cosas que lo asustarían, pues en el lugar se habían manifestado muchas personas que ya habían muerto o bien entes sobrenaturales como la llorona, la siguanaba, el cadejo, el jinete sin cabeza, entre otros, y su orden fue muy específica para que no sucediera lo que tanto temía.


Gregorio entonces se dispuso a empezar su camino hacia dicho lugar en donde estaría al pendiente de toda actividad fuera de lo normal.

Adolfo entonces se quedó en casa y preparó todo lo que debía llevar al día siguiente, asimismo debía dormirse muy temprano para emprender su caminata a las 6 de la mañana, pero en aquellos tiempos era muy difícil saber la hora pues no era común tener un reloj para calcular el tiempo, todo se hacía calculando la salida y entrada del sol o bien con el canto del gallo, solo las personas más acaudaladas contaban con esta gran herramienta para calcular el tiempo.


El muchacho estuvo atento al canto del gallo para levantarse y emprender camino, y en un momento cantó el gallo suponiendo que sería ya una hora justa para poder levantarse y salir de camino.  Tiempo más tarde Adolfo ya estaba de pie y con todo listo para empezar su travesía hasta donde estaba su padre, miró hacia el cielo y pensó “ya no tardará en amanecer” y se marchó.


El lugar quedaba a tres horas de camino a pie y a dos en caballo, el muchacho avanzaba con su bestia al lado pasando por caminos y veredas que contenían una tupida maleza… de pronto vio como el caballo que llevaba empezó a disminuir el paso y forcejeándose, como si algo lo asustara, Adolfo al ver esta actitud del animal se dispuso a pegarle unos azotes al mismo para que tuviera un poco de valor, pero el animal no le respondió a lo hecho y empezó a hacer ruidos extraños con el hocico, entonces el muchacho empezó a sentir como un frío extremo recorrió su espalda y asimismo sintió como sus pies se pusieron tan pesados como una piedra, se quedó parado, levantó su cabeza y pudo ver delante de él como la luna alumbraba a un ser con forma de una mujer, con un vestido de color blanco percudido y rasgado, con un pelo exageradamente sucio y despeinado, sus manos eran como ramas secas, sus dedos tan largos como raíces y de su cuerpo salía un hedor que se podía sentir a leguas desde lejos.  Adolfo al ver a este extraño ser sintió desmayarse por tan horrenda criatura, pero usó un método que le daría un poco de valor, tomó su  machete y lo mordió tres veces seguidas y se golpeó en la espalda con el mismo tres veces también, sintió así como una fuerza caliente recorrió su cuerpo y cuando levantó su mirada esa mujer ya se había desaparecido, tomó de la correa a su caballo y se dispuso a marcharse a su destino, caminó así unos metros cuando de pronto se escuchó entre los matorrales el crujir de ramas secas que lo seguían mientras caminaba, pero el valiente muchacho no perdió el ritmo, hasta llegar cerca de un riachuelo que corría por el lugar, cuando estaba allí hizo un descanso y aquello que lo persiguió se detuvo y él pensó “al fin se fue y ya me dejó en paz”, terminó de pensar eso y escuchó como una mujer empezó a reírse a carcajadas  y aplaudía como si algo le divirtiera tanto, fue entonces que Adolfo perdió de nuevo el poco valor que había recobrado, y con las pocas fuerzas que tenía, siguió su camino hasta que dejó de escuchar aquella voz que se burlaba de él.


Caminó unos kilómetros más y decidió dar un descanso a su compañero fiel, se bajó del caballo y se quedó viendo como la luna alumbraba el valle el cual había recorrido, suspiró y dijo:


- Adolfo: Se me hace extraño que todavía no haya salido un poco la claridad del sol.


Tomó su “tecomate” instrumento en el cual llevaba agua, tomó un par de tragos y de pronto vio de lado izquierdo suyo, en lo alto de una colina como se separaba el pasto mientras algo bajaba con una gran velocidad hacia donde él se encontraba, rápidamente se quitó del lugar y pudo ver como rodaba un objeto con forma redonda de color blanco que hacía un sonido como si piedras hubiese tenido dentro, Adolfo se quedó atónito ante lo que estaba viendo pues nunca se imaginó ver algo parecido, cuando de pronto vio como este objeto se estrelló en un árbol y pareció que el mismo se hizo pedazos como si de yeso se tratara.  No muy confiado de ello el muchacho se acercó cuidadosamente a ver que era el objeto visto, y cuando se acercó pudo ver que era una especie sábana que estaba amarrada con un sinfín de nudos y que dentro de ella se encontraban unos objetos largos y gruesos, tomó su machete y a como pudo rompió una parte de dicha cosa, de pronto salió algo de color blanco y lo agarró con su mano derecha mientras sostenía el machete con la otra mano, y la claridad de la luna le permitió ver que era algo muy parecido a un fémur, pero no le tomó mucha importancia, siguió escudriñando y encontró un cráneo parecido al de un humano pero que no lo era, y fue cuando el muchacho nuevamente sintió un miedo destemplado y tomó a su bestia y se largó lo más rápido posible, corrió así unos metros más y de pronto vio a lo lejos una fogata, y sin dudarlo dijo:


- Adolfo: llegué al fin con mi papá


Gregorio tenía consigo un par de perros que lo seguían a donde quiera que iba, y éstos al ver que Adolfo se acercaba al lugar empezaron a ladrarle para alarmar al vigilante, entonces su padre inmediatamente se levantó con una escopeta en la mano a confrontar a la persona que se acercaba, y cuando el muchacho llegó a una distancia considerable su padre le dijo:


- Gregorio: ¿Adolfo, hijo… sos vos?


El muchacho le respondió:


- Adolfo: ¡Si! Papá soy yo.

 

El hombre se asombró demasiado y le replicó:


- Gregorio: ¿Qué estás haciendo a esta hora por acá hijo? Te dije que te podías venir a las 6 de la mañana para que pudieras venir sin peligro.


El muchacho muy asombrado por lo que le dijo su padre le contestó:


- Adolfo: Pero si a esa hora me vine pero ya no salió el sol, se me hace muy raro.


El padre le contestó: 


- Gregorio: Tonto, ahora mismo son las 3 de la madrugada, aún falta mucho para que salga el sol.


Terminó de decir estas palabras y entró al pequeño niño valiente al rancho en donde posaba, y le preguntó:


- Gregorio: ¿Y qué pasó, no viste nada en el camino?


- Adolfo: No papá no vi nada


El padre no le creyó nada a su hijo pues en ocasiones anteriores él había pasado por cosas similares y también otras personas que aseguraban que ese camino tenía muchas apariciones y que no era bueno caminar solo por la noche por seguridad propia.  Pasaron muchos años para que el muchacho pudiera al fin confesarle a su padre lo sucedido y su padre también le hizo ver que no le había creído lo que le había confirmado.  Y ésta no sería la última vez que Adolfo vería esta clase de cosas a lo largo de su vida…


Historia basada en hechos reales.

En memoria de mi bisabuelo Gregorio Lucero, 

Y en honor a mi tío Adolfo Lucero.

El ovejero, Jutiapa

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